
Mi querida
Gálata, aún recuerdo como brillaban tus ojos en aquella barca pirata sobre el Bosforo, entre Eminonu y el puente nuevo. Cómo olvidar, mi adorada
Kapaliçarsi, tus ojos perdidos entre los interminables brillos de los bazares, "
Amigo, my friend, ¿de dónde eres? ¿qué quieres comprar?", buscando una baklava o una gominola de miel, un portavelas hecho de cuentas de cristal, unos cojines de cien colores, aprendiendo a regatear duro, ¡pobres tenderos! Sí, mi deseada
Suleymaniye, qué imagen la tuya, ausente, recortada contra los azulejos azules de las mezquitas, coronada por las

omnipresentes y enormes lámparas circulares colgadas de unos larguísimos cables sobre la roja moqueta infinitamente pisada por pies tan descalzos como los tuyos. Cien días han pasado y todavía puedo verte, mi ardiente
Yerebán, asombrada en la calida semioscuridad roja del patio de columnas espectacular de las cisternas subterráneas de esta ciudad.
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