sábado, septiembre 24, 2016

Pico Urriello, Picos de Europa, España

Hay ciudades a las que no se llega por carretera, ni en avión, ni en barco. A la ciudad de la que hablo se llega por caminos verticales que apuntan a un cielo azul y limpio tras acercarse por praderíos y collados. En este trayecto y solo de vez en cuando uno se cruza con otros viajeros que se alejan cansados del lugar. O se encuentra con cabras que se disputan los pasos estrechos. O, con un poco de suerte, divisa en la distancia algunos rebecos asustadizos.

Esta ciudad cabe en un único edificio sin espacios interiores. No tiene ventanas y sin embargo corre el aire y las vistas son todas magníficas. No cuenta con población permanente. Sus habitantes esporádicos recorren la base y las paredes hasta llegar a la azotea. Tiene, a su manera, lo que uno espera de él: vías de acceso, muros de piedra, chimeneas sin humo, canales y canalizos abiertos, repisas sin ventanas, nichos para los vivos, puentes de piedra y hasta un anfiteatro.
La visita al Urriello exige accesorios de nombres peculiares: Expresses, pies de gato, ochos, gri-gri, fisureros, empotradores. Hará bien el interesado en aprender la jerga propia del lugar. El viajero que la recorra no debe olvidar el casco, el arnés, la cuerda. Ni la valentía o la ilusión. Ni, sobre todo, la compañía generosa, el buen humor, y la alegría. Porque a mitad de la visita, al llegar a la azotea, siempre hay celebraciones y algo de espacio para el reposo. Y unas vistas infinitas a un océano detrás de un mar de nubes. A un cielo azul recortado de picos y montañas calizas.

La bajada de nuevo a la base se realiza en solitario y cansado. Sobrecogido por la dimensión de la arquitectura rocosa y eterna. Hay tiempo y espacio para la reflexión, para el repaso tranquilo del recorrido, del tacto y del viento. 

Hay ciudades verticales que se construyen con cuerdas y tesón, con cada paso. Con la mente. Con esfuerzo. Y sobre todo con amigos.

martes, octubre 26, 2010

Sri Lanka

Te hablarán de los campos de té de la antigua Ceylan, pero nadie te hablará de las mujeres pequeñas que recogen las hojas una a una con sus manos, ni de sus sonrisas, ni de sus ajados vestidos multicolores, ni del frío que hace en Nuwara Eliya, a 2000 metros de altura.

Te contarán historias de la guerrilla tamil y los valerosos guerreros cingaleses, pero nadie te contará las mentiras de los españoles, los portugueses, los holandeses, los británicos y los indios.

Te nombrarán la Perla del Índico, la lágrima que se descuelga de la India, pero nadie te nombrará las decenas de reinos que lo habitaron, sus leyendas, sus historias, la Garganta del León en Sigiriya, el Templo del Diente de Buda en Kandy con sus rituales y sus festivales, los budas de 11 metros, los budas dormidos, los budas yacientes, los cientos de budas de las cuevas de Dambulla con su hermosa historia sobre un rey y un monje.

Oirás mencionar sus playas, pero no oirás mencionar sus selvas, sus sabanas, sus inmensas cascadas escondidas, sus papayas, sus mangos, las decenas de frutas que no identificarás, o el imperdible y exquisito mangostino.

Te llegarán rumores de un orfanato de elefantes, pero no te llegarán rumores de sus primos salvajes, de los esquivos leopardos, de los pequeños cocodrilos de sus ríos, de los ubicuos monos o de los varanos que se contonean indolentes en cualquier rincón inesperado.

domingo, enero 10, 2010

Cádiz, España

Si vas camino de Cádiz baja por el Camino de La Plata, morena, que en el camino te espera una ruta antigua entre olivos, encinas y estepas. Procura parar en Cáceres y ver sus murallas y sus castillos. Y en Mérida que te contará historias más antiguas aún. Cruza admirado Sevilla y el Guadalquivir, y orienta tu vista hacia el mar del sur, hacia la luz tan dorada de las costas gaditanas.


En Zahara de los Atunes verás un mar grande y unas luces a lo lejos que te dicen que estás al final de un continente y al comienzo de otro. No te faltará espacio en una playa interminable y estrecha, no te faltarán ganas para el baño nada más llegar y a punto de irte. De día y de noche. En la playa de los Alemanes verás aguas cristalinas dónde cuentan que se acercan las orcas atraídas por los atunes de las almadrabas, o las ballenas de paso al Mare Nostrum. Barbate, Caños de Meca, Conil de la Frontera, Sancti Petri, ... nombres fuertes de resonancias intensas. Gentes afables de hábitos tranquilos. Sube, sin dudarlo, a Vejer de la Frontera tan cerca del mar y tan alto. Tan blanco y tan estrecho. Tan singular.


Alarga el camino luego hasta Cádiz, aprovecha para preguntar a su gente qué hacer o dónde ir, y, si tienes un poco de suerte, nada más y nada menos que un concejal te contará que estás en la ciudad más antigua de occidente, que no te pierdas el ayuntamiento, que puedes ver el mejor flamenco allí, en esa sala donde no tendrás problemas para entrar y disfrutarlo.

Y luego, otro día, sigue hacia el viento, hacia Tarifa, tan al sur del sur que casi se diría que has pasado al otro lado del estrecho. Allí encontrarás cometas, aire, esquinas y arcos, y el castillo de Guzmán el Bueno. Y a la vuelta, y si tienes valor, tras rodear Algeciras, donde el océano se hace mar, y mirar de reojo a Gibraltar, atraviesa con cuidado la sierra del Parque de los Alcornocales por un camino de tierra, entre molinos, toros y dehesas.

Tómate, mi encantadora morena, siempre que puedas, unos días para bajar camino del sol, del viento y del océano.

jueves, junio 25, 2009

Menorca, España

Imagínatelo, Sheilla sobre la arena blanca, en esa cala minúscula, 30 grados, el agua azul turquesa, como la de las fotos del Caribe. Habíamos llegado tras circular 40 minutos por las vueltas y revueltas de carreteras estrechas flanqueadas por muretes de piedra. Por el camino, apenas se veían unas lomas en la distancia, campos verdes y algunos bosques de arboles pequeños. Parecía el país de los hobbits del Señor de los Anillos. En todo el trayecto no se veía el mar por ningún lado. Imposible decir que estábamos en una isla. Y de pronto tras 15 minutos andando por un camino de tierra llegamos a esa cala encajada en los acantilados de aguas azules. El paraíso. E imagínatelo, Sheilla en todo su esplendor recostada sobre mi hombro y la arena blanca, con la piel recubierta aún de gotas saladas y con los ojos entrecerrados. Me hubiera quedado para siempre allí... si no hubiera descubierto que en esa pequeña isla mediterránea hay otra cala asombrosa solo unos metros más allá: Macarella tiene su Macarelleta, Mitjana su Mitjaneta, ...

Por la noche después de cenar, tomamos unas copas en una cueva excavada en el acantilado. Ahora, conjura en tu mente la imagen de unas escaleras que bajan pegadas a una pared vertical de roca que se sumerge en el agua que hay unas docenas de metros más abajo. Hay unos pasillos que entran en la montaña y algunas cavidades rocosas. Algunas luces de discoteca, música chill-out y dos ventanas que miran al mar. El agua es tan transparente que puedes ver los peces bajo su superficie atraídos por los insectos que revolotean a causa de las luces de los focos. Y Sheilla a mi lado. ¿Te haces idea? Estaba encantada y se reía abiertamente. Esperaba que a las 11 comenzase la fiesta de ese día: 80's music party.

No sé si te he contado alguna vez nuestra particular ley menorquina: El día debía iniciarse con un buen desayuno y un baño en la piscina y debía transcurrir con la visita a no menos de dos playas con sus respectivas inmersiones marinas. Y la noche debía venir precedida de otro baño en la piscina y una jugosa cena. No debíamos saltarnos la norma bajo pena de que alguna oscura maldición cayera sobre nosotros. Sheilla y yo conseguimos casi mantener el ritmo a pesar de los aires de esta isla del viento y las pantagruélicas calderetas de langosta del puerto de Fornells.

No es extraño que cuando ascendíamos raudos hacia el cielo en el avión que nos sacó de allí, mientras veíamos desde el aire los contornos de ese espacio de tierra en el que tanto habíamos disfrutado, nos conminásemos solemnemente a no dejar pasar mucho tiempo antes de volver.

viernes, enero 16, 2009

Estambul, Turquía

Mi querida Gálata, aún recuerdo como brillaban tus ojos en aquella barca pirata sobre el Bosforo, entre Eminonu y el puente nuevo. Cómo olvidar, mi adorada Kapaliçarsi, tus ojos perdidos entre los interminables brillos de los bazares, "Amigo, my friend, ¿de dónde eres? ¿qué quieres comprar?", buscando una baklava o una gominola de miel, un portavelas hecho de cuentas de cristal, unos cojines de cien colores, aprendiendo a regatear duro, ¡pobres tenderos! Sí, mi deseada Suleymaniye, qué imagen la tuya, ausente, recortada contra los azulejos azules de las mezquitas, coronada por las omnipresentes y enormes lámparas circulares colgadas de unos larguísimos cables sobre la roja moqueta infinitamente pisada por pies tan descalzos como los tuyos. Cien días han pasado y todavía puedo verte, mi ardiente Yerebán, asombrada en la calida semioscuridad roja del patio de columnas espectacular de las cisternas subterráneas de esta ciudad.

martes, julio 08, 2008

Gran Canaria

Chacho, mi niña, Las Canteras, Panza de Burro, puerto de las Palmas, la mercería, papas arrugás con mojo, los Inditos, la barra, Parque Santa Catalina, gafas de marca en los indios, Luis, Carmina, Daniel, Natacha, Guerra, Silvita, Tara, Lula...

Playa del Inglés, piscinita, faro de Maspalomas, dunas, más papas con mojo, F.K.K., ¿otro bañito?, atlántico para hartarse, sancocho de cherne, gofio escaldado, El Rincón sobre la autopista, ron Areucas...

Arguineguín, cofradía de pescadores, sama a la plancha y papas con mojo, playa negra, arena ardiente, Mogán, canales, Kalise, buganvilla, atardecer rojo, trufa, mojito, muyayo, ...
Pino Canario, Santa Brígida, un fraile, Bentaiga, Tejeda, calamares saharianos, teja roja, casa blanca, volcán, peña, antenas espaciales, Roque Nublo, oidos tupidos, chacho, chacho, yo que te ha hecho, calima, caerse al piso, ...

Y sol, sol, sol, sol... Y más buen rollo que en toda España,... perdón... que en toda la península.

jueves, enero 31, 2008

Sudáfrica, Swatzilandia, Lesotho


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En Sudáfrica hay dos mundos que no se mezclan. Uno es blanco y rico. El otro negro y pobre. El primero te habla de costumbre europeas y a él te asomas y entras como uno más. El segundo solo lo ves de pasada, de reojo, en las curvas de las carreteras que atraviesan la Wild Coast, en las calles sucias de Pietersmaritzburg, o en las cocinas de los restaurantes. Es dificil describir Sudáfrica porque uno espera ver en parte el continente negro de los documentales y se encuentra con chozas y pubs, poblados de casas de hojalatas y pueblos idílicos de la costa irlandesa, paisajes europeos y avestruces, rinocerontes, elefantes, impalas, ... Después de 3000 km por este enorme país y tras pasar por Swatzilandia y entrar a la paupérrima Lesotho me voy con la sensación de haber visto la mitad de la mitad, y con ganas de recorrer con más tranquilidad el norte, y los países que esperan al otro lado de la frontera.