viernes, enero 16, 2009

Estambul, Turquía

Mi querida Gálata, aún recuerdo como brillaban tus ojos en aquella barca pirata sobre el Bosforo, entre Eminonu y el puente nuevo. Cómo olvidar, mi adorada Kapaliçarsi, tus ojos perdidos entre los interminables brillos de los bazares, "Amigo, my friend, ¿de dónde eres? ¿qué quieres comprar?", buscando una baklava o una gominola de miel, un portavelas hecho de cuentas de cristal, unos cojines de cien colores, aprendiendo a regatear duro, ¡pobres tenderos! Sí, mi deseada Suleymaniye, qué imagen la tuya, ausente, recortada contra los azulejos azules de las mezquitas, coronada por las omnipresentes y enormes lámparas circulares colgadas de unos larguísimos cables sobre la roja moqueta infinitamente pisada por pies tan descalzos como los tuyos. Cien días han pasado y todavía puedo verte, mi ardiente Yerebán, asombrada en la calida semioscuridad roja del patio de columnas espectacular de las cisternas subterráneas de esta ciudad.